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lunes, 28 de febrero de 2011

¿La última década del euro? (primera parte)

Estudiante de licenciatura en economía (CIDE)

La zona euro o eurozona comprende 17 países con una moneda común; otros estados utilizan el euro a pesar de que no forman parte de ésta. Éste es el caso de numerosas ex-colonias europeas en África y el Caribe. Algunos bancos centrales fijan el valor de sus divisas con relación al euro. Alrededor de 350 millones de personas usan diariamente esta moneda, la cual ya ocupa el segundo lugar mundial en cuanto a reservas soberanas.


El euro es una de las monedas más respetadas del mundo (link).

El euro ha tenido una corta carrera llena de logros innegables. En los poco más de diez años en que el euro ha estado vigente, los estados miembros han creado la mayor cantidad de puestos de trabajos en un largo periodo. El comercio exterior tanto dentro de la zona euro como fuera de ella ha aumentado notablemente. Ello ha sido posible por la reducción de costos de transacción relacionados con el comercio y porque el riesgo cambiario ha desaparecido para los países que forman parte de ella. El Banco Central Europeo (BCE) ha combatido con éxito la inflación persistente en muchos países miembros y la ha normalizado a niveles alemanes (a niveles inferiores, incluso). El BCE ha heredado la implacable reputación del Bundesbank alemán de ser uno de los bancos centrales más despiadados a la hora de acabar con la inflación. El resultado ha sido espectacular: la inflación promedio de la zona euro ha sido de 2.1% desde su creación, más baja que la de Estados Unidos, Reino Unido, Australia y Nueva Zelanda. A futuro, las expectativas de inflación permanecen “ancladas” en niveles bajos y parece poco probable que aumenten a largo plazo. Ello ha permitido al BCE enfrentar la crisis financiera mundial del 2008 (y la propia en la periferia) de forma agresiva, sin arriesgar una espiral inflacionaria.

No obstante, el euro enfrenta una amenaza formidable que difícilmente puede solucionar el BCE solo: la periferia. Los países más débiles de la comunidad ingresaron a la zona euro sin hacer los ajustes correspondientes en materia fiscal y laboral para ser competitivos. Así, el ajuste automático de los salarios al nivel de precios imposibilitó que el mercado laboral alcanzara equilibrio rápidamente cuando las economías locales sufrieron el dramático shock del 2008. El resultado es trágico en España, donde cerca del 20% de la población económicamente activa está desempleada. El subempleo también se ubica en niveles récord. Políticas socialistas como el seguro del desempleo, la excesiva rigidez laboral y el poder monopólico de los sindicatos erigieron salarios que cada vez tuvieron menor relación con el crecimiento de la productividad, lo que contribuyó a desangrar las finanzas de los estados que perdieron contribuyentes netos mientras las filas de los subsidiados aumentaban. Antiguamente, estos países enfrentaban periodos de desequilibrio en los que el desempleo crecía y los costos laborales crecían en términos reales, pero entonces sus monedas sufrían el embate del mercado cambiario y se depreciaban lo que restauraba de forma brutal el equilibrio y entonces volvían a sus tasas naturales de desempleo. Esto, por supuesto, es imposible con el euro: los países han renunciado por completo a la instrumentación propia de política monetaria.

El segundo problema que enfrenta Europa es el insostenible gasto social. Con el aumento de los beneficios sociales, la mayor expectativa de años de vida y el bajo crecimiento poblacional, los fondos de pensiones en todo el continente han sufrido un sostenido deterioro. El europeo promedio parece no comprender que su endeudamiento presente será una carga mañana para sus hijos y nietos. En ningún país ha sido tan marcada la irresponsabilidad, la corrupción y la negligencia como en Grecia, que arrastró a la eurozona a su mayor crisis. Bajo crecimiento económico, baja inflación y un déficit público de dos dígitos no son sostenibles. Particularmente, si el país en cuestión no tiene una balanza comercial positiva como Alemania, Japón y China, los acreedores del mundo. Los griegos han despertado a la realidad de que su futuro fue hipotecado por políticos populistas y que duros ajustes los esperan por décadas. Las pensiones serán recortadas, las edades de retiro prolongadas y los beneficios disminuidos. Los impuestos europeos incluso aumentarán, si ello es concebible.


Jean-Claude Trichet, presidente del BCE (link).


Otros países pueden, sin embargo, albergar una presunción de inocencia. Irlanda fue el niño dorado Europa, con políticas considerablemente más liberales que las de sus vecinos. Sin embargo, al igual que Islandia, era un Estado con una magnitud bancaria enorme. La capitalización de los bancos irlandeses era varias veces mayor a la economía en su conjunto. Una conducta arriesgada antes de la crisis y la excesiva fe en la “economía del ladrillo” sellaron el destino de esta industria. Sin embargo, aquí es necesario hacer una defensa de Irlanda y una acusación fuerte al BCE y particularmente, a Jean-Claude Trichet (presidente del BCE). Cuando la crisis bancaria de Irlanda estalló con toda su furia. Cowen, primer ministro irlandés, recibió por teléfono instrucciones del primer economista de Europa, Trichet, de rescatar los bancos irlandeses con dinero público, ya que éstos representaban un “riesgo sistémico” para todo la zona. La realidad era que efectivamente, el quiebre  del sistema bancario hubiera perjudicado a los grandes peces de Europa: Alemania, España, Francia e Inglaterra. Las posibilidad de un cierre ordenado de los bancos irlandeses fue desechada antes de ser propuesta. 


Continúa leyendo la segunda parte de este artículo.

*Me baso en notas publicadas por Reuters, AFP, DPA en diversos medios electrónicos incluidos Yahoo!, BBC, Bloomberg news, el País. Agradeceré cualquier posible corrección de alguna cifra errónea. 

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