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lunes, 21 de marzo de 2011

¿La última década del euro? (segunda parte)

Estudiante de licenciatura en economía (CIDE)


[Lee la primera parte de este artículo]

La crisis del euro tomó a los estadistas europeos por sorpresa. La realidad es que ya existían mecanismos institucionales que debían mantener una eurozona fiscalmente consolidada. El tratado de Maastricht preveía un déficit fiscal máximo de 3% anual y una deuda pública inferior al 60% del PIB. Por supuesto, la gran mayoría de los países violaban este acuerdo, pero lo hacían de una manera medida. La crisis del 2008 supuso en cambio un relajamiento de los estándares con que se conducían numerosos países. La presión de sus respectivos electorados llevó a que los gobiernos nacionales asumieran el rol de suavizar el duro shock económico. Como era de esperarse, el resultado fue la explosión en el crecimiento de la deuda pública en la mayoría de los países en Europa. Esta excesiva dependencia en los mercados de deuda hizo vulnerable a los gobiernos nacionales frente a la escalada en las primas de riesgo que debieron de pagar cuando el escándalo de la deuda griega fue del dominio público.

Angela Merkel, canciller federal alemana (link)
Como usualmente ha sucedido en la Unión Europea (UE), el liderazgo económico recayó casi en su totalidad en Alemania. La locomotora alemana impuso una a una sus principales demandas a la Unión. La UE en conjunto con el FMI instauraron un mecanismo de financiación de emergencia al que podían recurrir los países en apuros. Éste fue diseñado con la filosofía del FMI de “hacer tan desagradable como sea posible la experiencia de acudir con nosotros”. El rescate vino con condiciones draconianas tanto para Grecia como para Irlanda. Alemania fue la partidaria que impuso estas condiciones frente a una Francia reticente que deseaba utilizar fondos totalmente europeos. Más tarde Alemania presentó el famoso “pacto para la competitividad” que finalmente fracasó. No obstante, recientemente se ha aprobado la versión “descafeinada” del mismo, ahora bautizada “pacto por el euro”. Básicamente consiste en cláusulas que desligan los salarios del nivel de precios y que imponen nuevas barreras legales a la irresponsabilidad fiscal.

Sin embargo, el costo político para Angela Merkel (CDU, cristiana demócrata, canciller federal alemana) ha sido enorme. Los alemanes no entienden el porqué las personas en Grecia e Irlanda se oponen a esta clase de ajustes y esperan ser rescatados por países fiscalmente responsables como Alemania, que hizo esos mismos ajustes años antes de la crisis. Al final, Angela Merkel está despojada de alternativas: asume el costo político del rescate y salva al proyecto europeo del euro o cede a la presión local. La valiente decisión de la canciller Merkel ha estabilizado momentáneamente al euro, pero hace cada vez más probable ver a los social-demócratas en la cancillería.

Al final del día, la posición alemana va en la condición correcta. El problema del euro no se va a solucionar con rescates, sino con política pública y a largo plazo. Aquí van un par de datos del problema: dos de los tres países con menor crecimiento económico en el mundo están en la eurozona: Portugal e Italia; en los últimos 12 años del euro, los salarios subieron en promedio 17% en Alemania mientras que en el resto de la eurozona lo hacían en 35%, llegando a ser superiores al 100% en Grecia (de acuerdo al FMI). Así mientras, los alemanes hacían duros ajustes que hoy les permiten disfrutar de altas tasas de crecimiento y bajo desempleo, los griegos se asignaban salarios cada vez más altos que los alejan de ser competitivos. No olvidemos que Alemania creció 3.6% el año pasado mientras Grecia sufrió un retroceso. Debemos tener siempre presente que la expansión económica en Europa tiene un mayor impacto en la población que en países como Canadá y Estados Unidos, porque el crecimiento poblacional es bajo y, en el caso de Alemania, incluso es cero. Esto implica que el crecimiento del PIB es parecido al del PIB per capita.

Angela Merkel con el premier luso, Sócrates (link)


A corto plazo, el futuro del euro está sumido en tinieblas. Portugal deberá ser rescatado con gran probabilidad en cuestión de meses, como lo han adelantado fuentes del propio gobierno luso bajo condición de anonimato. Hace semanas que las tasas de interés que debe pagar este gobierno por deuda a diez años han superado el 7% anual, el techo psicológico que el propio ministro de finanzas había fijado. Una vez que Portugal esté bajo el ala del fondo de estabilización europeo la presión sobre España aumentará, lo que puede también orillar a este país a salir de los mercados de deuda temporalmente. Sin embargo, rescatar a España será una empresa gigantesca y es posible que los fondos europeos y del FMI no basten. Si la crisis se propaga incluso más, Bélgica y después Italia enfrentarán crisis en los mercados de deuda. A pesar de todas las promesas de los ministros de finanzas europeos, cada vez parece más probable que Grecia reestructure la deuda que tiene con particulares (es decir, excluyendo los préstamos FMI/UE), lo cual de nuevo puede elevar la prima de riesgo de otros países. Por último, está el factor de política monetaria del ECB. A diferencia de la Reserva Federal (FED), el ECB mantiene una política monetaria ortodoxa y elevará sus tasas de interés ante cualquier subida en las expectativas de inflación como ha sido adelantado recientemente por el propio Trichet. Una subida en la tasas de interés elevará el costo de financiar deuda a corto y mediano plazo a todos los países de la eurozona, lo que, de nuevo, puede provocar una crisis en países de la periferia.

A largo plazo, sin embargo, la tendencia europea es claramente hacia mayor competitividad. Mientras Europa se consolida fiscalmente, Japón se acerca cada vez más al punto inevitable en que deje de pagar sus obligaciones fiscales. El propio Estados Unidos enfrenta un panorama difícil a largo plazo, con niveles cada vez más elevados de deuda pública y un déficit crónico de cuenta corriente. El punto es que el euro no es tan mala opción si se toma en cuenta el largo plazo. El corto plazo es otra historia: yo me mantendría alejado del euro un tiempo.

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