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lunes, 14 de marzo de 2011

El caso de Túnez como ejemplo para la democracia en México.


Túnez, un ejemplo para México.



Estudiante de licenciatura en relaciones internacionales (Westhill)


"Nunca dudes que un pequeño grupo de ciudadanos pensantes y comprometidos puedan cambiar al mundo. Es la única cosa que lo ha hecho"
 Margaret Mead.

A lo largo de la historia, hemos podido encontrar varios casos en los cuales una persona es “la gota que derrama el vaso”. En 1963, en la ciudad de Saigón, Thich Quang Duc, un monje vietnamita, se roció un líquido en su cuerpo a la mitad de una plaza, prendió un cerillo mientras la multitud observaba y se prendió fuego como forma de protestar por la persecución de los budistas por parte del gobierno de Ngo Dinh Diem. David Halberstam ganaría un Pullitzer por su relato de ese instante. Una sola persona tal vez no haga un cambio, pero la colectividad que siguió su ejemplo -héroes en la historia de sus seguidores, mártires ante los ojos del mundo- sí lo lograron hacer, Diem fue derrocado y asesinado en noviembre de 1963.

En Estados Unidos vemos el caso de Rosa Parks, una ciudadana afroamericana que se enfrenta a la ley -al ocupar un lugar de un blanco en un camión de pasajeros- y triunfa. Gracias a su tenacidad se desató la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos y 60 años después, el presidente de Estados Unidos es afroamericano.

En Túnez, la desesperación ante un régimen autoritario y las condiciones deplorables de vida hacen que un licenciado -que debía vender frutas para subsistir- reclame porque perdió su fuente de ingresos, tal vez las causas de este licenciado fueron un poco distintas a las de Thich Quang Duc, en su martirio no hay una idea liberalizadora de pueblos, sino de sí mismo; no hay grandes antecedentes históricos, pero hay una gran necesidad humana. Frustración, al tener un título universitario y vender frutas; temor ante el futuro; enojo ante el gobierno que le quitó su modo de subsistir; decepción pues sabe que nadie hará nada para ayudarlo. Su salida: inmolación.

Ante este diagnóstico, una sociedad que tenía las mismas condiciones de vida y los mismos sentimientos humanos, despertó y se movilizó. Hoy sabemos que ganaron, que no podrán engañarlos otra vez, que el gobierno que los utilizó se ha despedido, se ha ido. Utilizaron la única violencia –como dice Aguilar Camín- justificada: la revolucionaria. Una violencia, sin violencia, una violencia viva, que vive en cada una de las personas que se revelaron en contra de una realidad que parecía inamovible. Hoy, movimientos en Argelia, Egipto, Libia, Marruecos han surgido, movimientos en contra de las mismas condiciones que –sin duda- triunfarán.

¿Quién se hubiera imaginado que en regímenes autoritarios como los árabes, un movimiento espontáneo y pacífico lograra tales resultados? La nueva característica de estos movimientos muchos dirán que fue la ausencia de un golpe militar, que fue la ausencia de creencias extremistas o fundamentalistas o que fue la falta de injerencia del extranjero; sin embargo, la pieza clave del triunfo de estos movimientos y su característica principal fue el uso del 5to poder: la sociedad.

La sociedad y su movilización es un fenómeno antiquísimo, pero que la sociedad actúe a sabiendas del poder que tiene, es algo nuevo. En la época antigua, el poder siempre se concentró en pocas manos, en los reyes, los nobles y el clero; no fue hasta 1789 –con la revolución francesa- en donde el pueblo –llamado tercer estado- vio el poder que tenían y decidieron ejercerlo. La revolución salió triunfante y los intereses de los que conformaban el tercer estado serían cumplidos. Lo único que no previeron es que la alta burguesía se convirtió en las manos del poder, y lo utilizarían para defender sus intereses; el proletariado una vez más quedó indefenso. Una manera para atacar esas injusticias fueron los sindicatos, que más temprano que tarde empezaron a defender los intereses de los líderes, no de los trabajadores. Historia tras historia de cómo el poder siempre ha estado concentrado en pocas manos; sin embargo, el poder de movilización para cambiar esas condiciones siempre ha estado presente, pero es mejor callar, es mejor vetar, es mejor no presionar, es mejor no alborotar.

La historia hoy nos demuestra que sí vale la pena. Con el acceso a la información que el internet ha traído, hoy es más fácil encontrar opiniones diferentes a las que los medios masivos -como la televisión y el radio- presentan. El internet toma un papel muy importante en el descontento de la gente y en sus manifestaciones. Entonces, si en países con bajos o nulos índices de democracia como los árabes, las poblaciones han logrado informarse y movilizarse, en México ¿qué pasa?

Una posible respuesta a esto es el miedo a raíz de los acontecimientos de 1968 en Tlatelolco. La gran pregunta es, ¿Qué hubiera pasado si el ejército no hubiera disparado, como en Egipto? Un intento de responder esto sería inútil, pero seguro que la realidad mexicana sería otra, tendríamos una sociedad civil comprometida y participativa y –tal vez- nuestros índices democráticos serían más altos, sin embargo y tristemente, muchas personas esperaremos a que el martirio de una persona –tal vez como la desgracia de Fernando Martí e Isabel Miranda de Wallace- movilice a la gente más allá de una sola marcha vestidos de blanco. Hasta ese momento podremos salir a pelear por las causas que consideramos justas y veremos que –como el ideal de democracia dicta- el gobierno le debe responder al pueblo porque el pueblo es el que manda.

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