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martes, 1 de marzo de 2011

Mis representantes



La política es algo muy importante como para dejárselo a los políticos” 
Charles DeGaulle


Fue un demócrata, Moritz Rittinghausen, quien realizó el primer intento brillante para dar base a la legislación directa del pueblo. Según su sistema, todo el pueblo debía ser dividido en secciones de mil habitantes cada una –como lo fuera temporalmente en Prusia, en las elecciones de 1848 y 1849- y desde ahí organizarse para nombrar a un líder. Todos debían tener derecho a la palabra, de esta manera, la inteligencia de cada uno estaría al servicio de la patria. Al finalizar, cada uno emitiría un voto que sería llevado por el líder a su superior y así todos serían representados.

En Italia, las cosas no eran muy diferentes. Las organizaciones tenían un líder –seleccionado al azar y rotado constantemente- que debía contar con cuatro quintos de los votos para llevar a cabo acciones. Cada acción tomada debía ser discutida y firmada por cada uno de los miembros de la organización, esto para que no cundiera la desconfianza entre la masa “ese veneno que destruye gradualmente hasta los organismos más fuertes”. En segundo lugar, estas acciones permitían que cada uno de los miembros aprendiera contabilidad y aprendiera tareas para el manejo de la corporación que le permitiera en un futuro gradual encabezarla.

En Francia, en 1840, Louis Blanc preguntó si era posible que treinta y cuatro millones de personas (la población de Francia en aquella época) resolviera sus problemas sin aceptar hasta lo que el último hombre de negocios encontraba necesario: intervención de representantes. Respondió a su propia pregunta diciendo que quien se pronunciara por la posibilidad de la acción directa debía estar loco, y quien la negara no era por eso un adversario absoluto de la idea del Estado.

La realidad es que los representantes surgieron cuando las tareas empezaron a ser más difíciles y necesitaban cualidades o talentos especiales. Cuando un gremio de trabajadores quería negociar con su patrón, mandaban al de carácter más fuerte, o al más atento, o al  más comunicativo. De esta manera resultó imposible la designación de una manera ciega o con la fortuna del orden alfabético o el azar. La idea de representantes, entonces, no se contrapone a la idea de democracia, siempre y cuando, estos representen a sus representados. Sin embargo, la práctica siempre se contrapone a las ideas; cuando se faculta a los líderes la toma de decisiones de manera vertical sin rendición de cuentas, sin una comunicación abierta y transparente y sin plebiscitos o referéndums que traigan consigo sanciones o premios hacia ellos, esta representación se llamará oligarquía. Desde ahí podemos ver que estábamos destinados hacia lo que vivimos hoy, representantes que no toman en cuenta a su ciudadanía.   
      
Hoy, en México ¿Cuántas personas conocen a su diputado? O saben ¿ante qué iniciativa legislativa votó?, o ¿hacia dónde viajó?, o ¿cómo gastó el dinero que le dimos con nuestros impuestos? Es probable que muchas personas no sepan responder a estas preguntas, y es que el sistema representativo en México está mal configurado. Es imposible creer que durante 70 años consecutivos contábamos con un gobierno unificado, pero no porque discutían y debatían ideas y llegaban a acuerdos comunes en pro de sus representados, sino porque el poder ejecutivo era predominante y tenía sus intereses partidarios. Es imposible creer que con la alternancia hemos llegado a una representación real cuando las reformas y propuestas urgentes para el país no salen –reforma energética, fiscal, laboral, agraria-. Es imposible creer que las elecciones mediante las cuales elegimos a nuestros gobernantes sean veraces cuando el IFE se niega a entregar los paquetes electorales a organizaciones civiles para su recuento cuando se tiene incertidumbre. Es imposible pensar que vivimos en una democracia representativa cuando el abstencionismo le gana a la participación. Es imposible creer que los diputados y senadores nos representan cuando no hay rendición de cuentas. Es imposible creer que tenemos un sistema electoral efectivo cuando un diputado puede llegar al poder por el voto, pero no ser castigado por la ciudadanía.

Ejemplos y ejemplos de fallas en nuestro sistema representativo. Ejemplos que muestran y tal vez explican el abstencionismo. Dudo mucho que las personas se involucren en el proceso electoral cuando saben que las promesas no serán cumplidas porque no hay ningún mecanismo de exigencia; cuando los partidos imponen a candidatos –y si tenemos una ideología ya formada, tendremos que votar por el candidato que nos impusieron- sin pensar o tomar en cuenta a la ciudadanía -en mi caso, nunca me preguntaron si quería a David Castañeda como candidato o si quería a Ulises Ramírez como senador-. Cuando vemos que la forma de negociar es mediante la toma de tribunas; cuando los pactos se hacen tras bambalinas para asegurar que no habrá alianzas a cambio de subir el IVA; cuando personas como Beatriz Paredes salen a hablar de la democracia y no alza la voz en contra de las elecciones en los sindicatos, como la del años pasado en la CTM.

Una forma de presionar y atacar este problema, desde mi punto de vista, es el voto nulo. Una cosa es abstencionismo y otra cosa es cumplir con la obligación ciudadana de emitir un voto, pero no hacerlo por personas que no nos representan. Tal vez así, las candidaturas ciudadanas sean una realidad; tal vez así, los partidos nos incluirán en los procesos de preselección de candidatos; tal vez así, los candidatos entren en la necesidad de cumplir las demandas ciudadanas porque sabrán que tenemos otra opción.

Yo anularé mi voto en las próximas elecciones del Estado de México porque no me siento representado con los partidos y sus prácticas. Yo anularé mi voto porque las promesas –como la reparación del sistema Cutzamala, drenaje, vías de comunicación, seguridad- no fueron cumplidas. Yo anularé mi voto como protesta ante una realidad que no cambia, como protesta por la delincuencia creciente, como protesta hacia el medio ambiente que no protegen, como protesta al plan urbano que no tienen, como protesta porque no creo que Paulette haya estado debajo de su cama; como reclamo para obtener algo que no existe, pero debería existir;  como protesta porque creo que los feminicidios son reales. Yo anularé mi voto por que en la democracia uno debería tener varias opciones de proyectos, y hoy, los partidos ofrecen -en esencia- lo mismo. Yo anularé mi voto porque anular es votar, anular es participar y anular es aspirar a más.

3 comentarios:

Armando Iturbe Guzman dijo...

nuestro sistema de partidos es complicado, realemente debido a su baja institucionalizacion y a que practicamente ninguno de sus militantes tienen real conocimiento de la Ciencia Política no podemos exigir mucho, lo que si es que se deberian establecer mecanismos mucho mas contundentes para la rendición de cuentas, solo asi nuestros representantes se verán obligados a trabajar de manera que nos beneficie los ciudadanos que votamos por ellos; además de esto soy fiel creyente de que la reelección parlamentaria, creo que seria un gran incentivo para nuestros legisladores.
Ademas la teoría claramente nos demuestra que dado el sistema presidencialismo en el que vivimos es complicado que las alianzas sean duraderas, al contrario del parlamentarismo, esto evidentemente afecta la creación de reformas necesarias con el consenso de la mayoría de los representantes populares.

Mtro. Armando dijo...

Yo seria feliz de contar con candidaturas ciudadanas.

Özil dijo...

Lo malo del voto nulo es que beneficia más a los partidos con más voto duro, en este caso el PRI del Edomex. La prueba de esto son los distritos rurales en todo México, donde el voto nulo es mayor que la media nacional, pero, curiosamente, son los distritos donde mejor le va al PRI. En este caso, el voto nulo sólo mantiene las cosas como estaban cuando la intención original era sacudir la cotidianeidad del sistema.

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